jueves, 24 de junio de 2010

LOS PREMIOS LITERARIOS

Manuel Valldeperes


Fuente: Obra crítica en el periódico el Caribe: Volumen III, Primera edición 1998.
(De fecha 18 de abril del año 1968).

LOS PREMIOS LITERARIOS

Es oportuno, en esta Semana del Libro, hablar de los premios literarios, que son una necesidad de nuestro tiempo, no porque constituyan de por sí un índice de valoración, cosa muy dudosa por cierto, sino porque son un estímulo para el escritor. Y mucho más en nuestro medio, donde la propaganda ha creado una notable confusión en el lector.

Pero el hecho no nos afecta a nosotros solamente, por lo que a la condición valorativa de los premios se refiere, sino que es un problema universal. Jean Mistler, en un artículo publicado en “Les Nouvelles Litteraires”, de París, lo enfoca desde el punto de vista de Francia, país de una larga tradición en lo que a la concesión de premios literarios se refiere.

Mistler prueba, por ejemplo, que novelas rechazadas por los muchos premios instituídos en Francia, o relegadas a lugares secundarios, alcanzaron después gran éxito, o, por el contrario, novelas premiadas se hundieron rápidamente en el olvido, y con ellas sus autores, que no dieron ya fruto alguno.

El hecho puede afirmarse de Francia, según Mistler. Y nosotros diríamos que de todos los países que tienen instituídos premios para ser otorgados a obras ya publicadas, sometidas a la influencias de la propaganda, especialmente de la propaganda de los editores, hecha con fines económicos – venta del libro, publicidad del sello editorial – y no sobre la base de la calidad, del valor verdadero de las obras.

En nuestro medio, por ejemplo, donde últimamente ha proliferado la “autoestimación”, tan nociva siempre para la literatura y para los literatos, debe hacerse algo para derrumbar el falso andamiaje propagandístico de los grupos en sí y estimular la producción de una obra de calidad, sólida y perdurable. Y ese algo ha de ser positivo porque todo lo que no sea así es, más que inútil, negativo.

Esa carrera de la propia evaluación, de la autopublicidad, nos recuerda una de las muchas cosas que solía decir Cornuty, el pintoresco personaje hijo del dueño de un bazar de Béziers, que había asistido a la tertulia de Verlaine y que en Madríd era asiduo de una de las “peñas” de los hombres de la generación del 98. La frase que allí pronunciaba siempre Cornuty era ésta: “Todos los caballeros que aquí nos reunimos, estamos hechos unos genios”.

Pero la mayoría de los que allí se reunían nunca fueron conocidos más que por los que allí se reunían. Los demás lo fueron, no por la aseveración del “genio” de Béizers, sino por la obra que escribieron y publicaron. Y entre éstos estaban Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Azorín (todavía Martínez Ruiz), Ricardo Baroja y muy pocos, poquísimos, más.

Pero regresando a nuestros punto de partida, que es lo que interesa, consideramos necesario como estímulo, a los escritores y poetas, el establecimiento de los premios literarios oficiales, ajenos a toda influencia de grupo, para obras inéditas: novela, poesía y ensayo, etc., y otros premios creados y mantenidos por la Asociación de Libreros Dominicanos – en vista de que no existe la Cámara Dominicana del Libro – para obras del mismo género ya publicadas – tiene la enorme ventaja de hacerse a los ojos del público, que, cierto modo, interviene también en la elección, y ofrece la posibilidad al lector y a la crítica, de comparar, de observar y de evitar, en gran parte, que se comentan injusticias en la concesión de los premios.

Pero lo que más necesitamos es estimular al máximo la producción – y quizás más que la producción la circulación – de material novelesco, poético y ensayístico de calidad y, sobre todo, que reúna cierta originalidad representativa para que se pueda hablar con orgullo de una literatura dominicana propiamente dicha. Y para esto debe existir la posibilidad que los premios oficiales ofrecen a las obras inéditas.

Esto, naturalmente, no hará surgir grandes novelistas, grandes cuentistas, grandes poetas, grandes ensayistas, etc.; pero quizás nos ofrecería alguna garantía de que el auténtico escritor, el auténtico poeta y el auténtico ensayista no pasarán por alto o quedarán ahogados en medio de la proliferación de los “genios”.












LA PASION DE LOS LIBROS

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá compreder probablemente... las pasiones humanas.

La historia Interminable: Michael Ende